Desde esta Mayordomía queremos felicitar a nuestro Consejero José Antonio Domínguez Bandera por su emotivo pregón de la Semana Santa 2011 que conmovió a fusionados, cofrades y malagueños, y por ello os dejamos unas líneas en las que nuestro hermano se refirió en concreto a Ntra. Sra. del Mayor Dolor:
-Sobre el cortejo procesional del Miércoles Santo:
"Volvemos, ahora si, a la iglesia de San Juan que está revolucionada en los momentos previos al desfile procesional. Es Miércoles Santo. Mariano, Lola y sus dos hijos acaban de saludar a Eduardo, el hermano mayor de la cofradía, que anda loco de un lado para otro asegurándose de que todo está en orden, y de que no falta ningún detalle. Los niños están impecables con sus túnicas. El mayor sale de Nazareno con el Cristo de Ánimas, el pequeño en el corralito
de Exaltación. ¡Ay, Exaltación! Todavía se acuerda Lola de aquel día en que un incendio devoró una de las capillas de la iglesia, destruyendo las imágenes de este Cristo, de las Vírgenes de Lágrimas y Mayor Dolor, y el San Juan que acompañaba a ésta última en el trono. Bien es verdad que la hermandad renació de sus cenizas, pero nunca se le olvidará el olor de aquel incendio que también fue el olor de la pena cofrade.
[…]
Cuando la Cruz guía y los primeros nazarenos de Fusionadas comienzan a pasar, Lola se levanta y se cuelga del cuello la insignia de su hermandad. Como cada año permanecerá de pie hasta que haya pasado todo el cortejo. Tiene su mérito, porque su cofradía es la que más se alarga en su tiempo de paso. Las secciones que procesionan en la noche del Miércoles Santo portan cuatro tronos. Pero a pesar de todos los inconvenientes que esto reporta, a ella le parece que esto enriquece el valor de la hermandad, la hace singular y distinta a todas. Le gusta la palabra fusión, que algunos interpretan como mezcla de muchas cosas, sobre todo de problemas. Pero Lola es una persona pragmática y siempre mira el lado positivo de las cosas. Fusión para ella significa fuerza, unión, y hermandad de un mundo multicolor que ella no puede ver pero que percibe con sus otros sentidos.
La secuencia comienza con Lola respirando al mismo ritmo que respira un Jesús golpeado, cuya imagen referencia un momento antiguo y dramático de la Pasión que se entrelaza con la cadencia de los pasos de los hombres de trono que portan a nuestro padre Jesús de Azotes. Continua con el instante en que una cruz se alza en busca del mito, se eleva en su camino hacia miles de años de leyenda en los que Lola y millones de seres humanos han encontrado la verdad de su existencia y su fe, ahora depositada en las manos clavadas al madero del Cristo de la Exaltación. Sigue con una revelación suprema, la certeza absoluta de la muerte, y la relatividad de todo lo demás. La cabeza caída. El alivio, tras el sufrimiento y la humillación. La cara serena del Cristo de Animas de Ciegos, que Don Isidro le había dejado a Lola tocar en la intimidad de la capilla, y en la que ésta había encontrado a través del tacto de sus dedos la luz que ella no podía percibir, el consuelo y la fuerza para tirar para adelante y vivir con alegría. La misma alegría que experimenta ahora Lola al escuchar unas estrofas del himno que cantan los paracaidistas marchando tras el trono y que hablan de que la muerte no es el final. Eso piensa ella, que la muerte no es, no puede ser el final. Termina la secuencia con el paso del trono de la Virgen del Mayor Dolor, que ella interpreta en su mente como un ejemplo de la falta que nos hacemos los unos a los otros, de lo necesitados que estamos de calor humano, pues el cuadro que aparece enmarcado entre las barras que sostienen el palio de la Virgen, muestran a un San Juan que consuela a la madre dolorida por la pérdida del hijo, y que parece susurrarle al oído los versos del canto paracaidista. La muerte no es el final, María. La muerte no es el final.
La banda de música que acompaña a la Virgen del Mayor Dolor, que ya sigue su itinerario y se acerca a la tribuna, deja de tocar, y a lo lejos suena una saeta en voz femenina. «Qué bonito. ¿Quién canta?» pregunta Mariano. «Diana Navarro», responde Lola, y añade, «mi saetera favorita». Cuando después de que el estruendo de aplausos de media calle Larios se apaga, premiando el momento que Diana les había regalado. La banda reinicia con una marcha, y Lola se lleva un buen susto. «¡Ay, Mariano! ¿Quién toca el bombo en esta banda? ¿Hércules?». «No» dice el marido. «Es un niño muy delgadillo, con un bombo muy grande. Pero como siga así me parece a mí que el bombo no llega esta noche vivo a la iglesia»."
-En relación al regalo del martillo de "Curro" Mayordomo de Trono de la Señora, a "Pablito":
"Pablito se está mirando los callos que le han salido en la mano derecha mientras por la Calle Nueva va pasando Los Dolores de San Juan. Para Pablito esos callos son las medallas que se ha ganado a pulso durante toda la semana. Hoy Viernes no sale en ninguna procesión, por lo que en compañía de sus padres dedica la tarde a pasear con ellos y disfrutar de las hermandades que salen ese día. A Paco y Rosa les gusta el sabor distinto que deja tras su paso Los Dolores de San Juan, el aura tranquila y profunda que los envuelve y a la que colabora la capilla instrumental que acompaña a la cofradía, aunque Pablito no entiende por qué van tan pocos músicos y no llevan un bombo. Había pasado éste mucho tiempo tocando tras los mantos de la Virgen de Lágrimas y Favores, el domingo, y de Mayor Dolor, el Miércoles. Después del encierro de esta última, estaba el niño lleno de curiosidad por verle la cara a la imagen que había seguido durante toda la noche. Así que se abrió paso como pudo entre la maraña de nazarenos que había en la iglesia hasta que se colocó frente a ella. Curro, el mayordomo del trono, lo vio, y llamó su atención la quietud de este chavea tan canijo que miraba a la Señora con la boca abierta. Se acercó a él, lo agarró y lo sentó en uno de los varales de la cabeza del trono. «Aquí la veras mejor» le dijo. «Eres de la banda, ¿verdad?» le preguntó Curro. «Si» le respondió tímido el niño. «Habéis tocado muy bien, el sonido de tu bombo nos ha ayudado mucho a mantener el paso toda la noche». Esto a Pablito le encantó, se le iluminaron los ojos. «Gracias» dijo, con un hilo de voz. «No, gracias a ti» apostilló el mayordomo que le tendió una mano que el niño estrecho con una sonrisa en los labios. Curro le entrego entonces su martillo de madera diciéndole: «Toma, para ti, para que tengas un recuerdo de esta noche» y se retiró dejando a Pablito solo. Volviéndose de nuevo hacia la Virgen se quedó éste pensativo. Un niño muy delgadillo, haciéndose preguntas muy gordas, con la maza del bombo en una mano y el martillo de la campana en la otra, sin saber que estaba siendo invadido por la pasta de la que estaban hechos los buenos cofrades, sin saber que se le metía dentro el duende de la Semana Santa, como a tantos otros niños que, quizás algún día, serán miembros de alguna cofradía, portarán algún trono, una vela en las filas nazarenas o a lo mejor terminan, quién sabe, con la alta responsabilidad de ser hermanos mayores."
sábado, 28 de mayo de 2011
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